"Te beso las manos, amiga mía, a ti que me regalas goces tan elevados, tan ardientes, junto a ti, mi alma vive llena de fuerza y, en su locura de amor, el respeto hacia ti está siempre por encima de todo. El respeto que tengo por tu carácter, por ti mi Camille, es la causa de mi violenta pasión, no me trates despiadadamente te pido tan poco. No me amenaces y déjate ver que tu dulce mano me muestre tu bondad y me la dejes algunas veces, para que la bese en mis transportes.
No lamento nada. Ni el desenlace que me parece fúnebre, mi vida caerá en un abismo. Pero mi alma ha tenido su florecimiento, tardío por desgracia. Ha sido preciso que te conozca y todo ha cobrado una vida desconocida, mi desvaída existencia ha ardido en un fuego de alegría. Gracias porque a ti debo toda la parte de cielo que he alcanzado en la vida.
Posa tus queridas manos sobre mi rostro, que mi carne sea feliz que mi corazón vuelva a sentir que se derrama tu divino amor. Con qué entusiasmo vivo cuando estoy junto a ti. Junto a ti cuando pienso que todavía tengo esa felicidad, y me compadezco, y en mi cobardía creo que he terminado de ser desgraciado que estoy al final. No tanto que no haya un poco de esperanza tan poca una gota es preciso que aproveche la noche, más tarde, la noche después. Tu mano Camille, no la que se retira, no hay felicidad al tocarla si no es prenda de un poco de tu ternura.
¡Ay! divina belleza, flor que habla, y que ama, flor inteligente, querida mía. Tan buena, de rodillas, ante tu bello cuerpo que abrazo. R".
Esta carta de amor enloquecido se la escribió un Auguste Rodin, inflamado de pasión, a Camille Claudel, hermosa y poderosa escultora a la que terminó volviendo loca. Camille, nacida en un ambiente burgués, pese a la desaprobación de su familia logró entrar como alumna en el taller que el maestro poseía en París. Tenía 19 años y un gran talento, y no pudo resistirse al ansia devoradora de Rodin. Al poco tiempo eran ya amantes, y entre ambos se estableció una relación de amor tormentosa, de colaboración y rivalidad artística. Rodin la deseaba, admiraba y envidiaba. En las manos de Camille había un punto de arrebato y una sensibilidad puramente femenina de los que se aprovechaba Rodin. Ella esculpió muchas de las esculturas que él, después de un ligero toque, firmaba. Pero Camille estaba enamorada y fascinada.
Rodin tenía una amante fija, Rose Beuret, una mujer primitiva e inculta a la que había conocido en el teatro Gobelins donde ejercía de modistilla, cuando ella contaba 24 años. Y la esclavizó. Ella fue su modelo, su criada, su enfermera y su consuelo por las noches. La despreciaba, la humillaba, pero no podía prescindir de ella y no la dejó jamás, pese a las continuas promesas con las que engañaba a Camille. Nunca hizo vida social con ella, jamás se les vio juntos. Era de Camille de quien presumía, de su talento, de su belleza, de ese prestigio artístico que poco a poco se iba granjeando, y con Camille viajaba y se dejaba ver en toda clase de actos.
Pero las escenas de celos se repetían, la relación se hizo más y más tormentosa, hasta que, diez años después, Camille decidió romper con él, tras haber abortado al menos a un hijo suyo. Resulta dramática su Edad madura, la escultura que os muestro sobre estas líneas, en la que se la ve de rodillas ante él, suplicante, mientras su rival, caracterizada como ángel-bruja, lo aleja de ella. Se encerró en su casa-taller y trabajó sin descanso. En aquel tiempo conoció a Debussy con el que mantuvo un romance, pero el músico también tenía un amor doméstico. En 1899 Debussy estaba casado con Rosalie Texier, a la que abandonó cinco años después para unirse a Emma Bardac, cantante, ex esposa de banquero, con la que se terminó casando. Tampoco él apostó por Camille. Quizá haya sido ella quien inspiró al músico el maravilloso preludio de La siesta del fauno, a cuyo estreno, interpretado por el bailarín Nijinsky, asiste Rodin, una obra de una sensualidad y un refinamiento extraordinarios que fue inmediatamente aclamada por la crítica. Os la ofrezco interpretada por Nureyev.
Al mismo ritmo que crecía su éxito artístico lo hacían sus crisis nerviosas. Destruía sin piedad las obras que con tanto mimo había creado, prácticamente no salía de casa y su familia optó por internarla primero en el sanatorio de Ville-Evrard y poco después encerrarla en el manicomio de Montdevergues. Muerto su padre, el único miembro de su familia en el que siempre había encontrado apoyo; abandonada por su hermano, el poeta Paul Claudel, al que había vivido muy unida, pasó allí los últimos 30 años de su vida sin recibir visitas, sin contacto alguno con el exterior, sin que nadie atendiera sus súplicas. Nunca volvió a esculpir. Cuando murió se la enterró en una tumba sin nombre, bajo el número 392. Cuando más adelante sus admiradores quisieron exhumar su cadáver y proporcionarle un enterramiento más digno, comprobaron que el manicomio había efectuado obras de ampliación y la tumba había desaparecido.
Su obra está llena de sensibilidad y arrebato. Os ofrezco una muestra y, encabezando este comentario, el busto que le realizó a Rodin y una de las piezas de este último para las que le sirvió de modelo. Cierro esta entrada con una de las obras que más me gustan del escultor, un retrato de Camille que dejó inconcluso, cuyo título es El pensamiento.
Esta carta de amor enloquecido se la escribió un Auguste Rodin, inflamado de pasión, a Camille Claudel, hermosa y poderosa escultora a la que terminó volviendo loca. Camille, nacida en un ambiente burgués, pese a la desaprobación de su familia logró entrar como alumna en el taller que el maestro poseía en París. Tenía 19 años y un gran talento, y no pudo resistirse al ansia devoradora de Rodin. Al poco tiempo eran ya amantes, y entre ambos se estableció una relación de amor tormentosa, de colaboración y rivalidad artística. Rodin la deseaba, admiraba y envidiaba. En las manos de Camille había un punto de arrebato y una sensibilidad puramente femenina de los que se aprovechaba Rodin. Ella esculpió muchas de las esculturas que él, después de un ligero toque, firmaba. Pero Camille estaba enamorada y fascinada.
Rodin tenía una amante fija, Rose Beuret, una mujer primitiva e inculta a la que había conocido en el teatro Gobelins donde ejercía de modistilla, cuando ella contaba 24 años. Y la esclavizó. Ella fue su modelo, su criada, su enfermera y su consuelo por las noches. La despreciaba, la humillaba, pero no podía prescindir de ella y no la dejó jamás, pese a las continuas promesas con las que engañaba a Camille. Nunca hizo vida social con ella, jamás se les vio juntos. Era de Camille de quien presumía, de su talento, de su belleza, de ese prestigio artístico que poco a poco se iba granjeando, y con Camille viajaba y se dejaba ver en toda clase de actos.
Pero las escenas de celos se repetían, la relación se hizo más y más tormentosa, hasta que, diez años después, Camille decidió romper con él, tras haber abortado al menos a un hijo suyo. Resulta dramática su Edad madura, la escultura que os muestro sobre estas líneas, en la que se la ve de rodillas ante él, suplicante, mientras su rival, caracterizada como ángel-bruja, lo aleja de ella. Se encerró en su casa-taller y trabajó sin descanso. En aquel tiempo conoció a Debussy con el que mantuvo un romance, pero el músico también tenía un amor doméstico. En 1899 Debussy estaba casado con Rosalie Texier, a la que abandonó cinco años después para unirse a Emma Bardac, cantante, ex esposa de banquero, con la que se terminó casando. Tampoco él apostó por Camille. Quizá haya sido ella quien inspiró al músico el maravilloso preludio de La siesta del fauno, a cuyo estreno, interpretado por el bailarín Nijinsky, asiste Rodin, una obra de una sensualidad y un refinamiento extraordinarios que fue inmediatamente aclamada por la crítica. Os la ofrezco interpretada por Nureyev.
Al mismo ritmo que crecía su éxito artístico lo hacían sus crisis nerviosas. Destruía sin piedad las obras que con tanto mimo había creado, prácticamente no salía de casa y su familia optó por internarla primero en el sanatorio de Ville-Evrard y poco después encerrarla en el manicomio de Montdevergues. Muerto su padre, el único miembro de su familia en el que siempre había encontrado apoyo; abandonada por su hermano, el poeta Paul Claudel, al que había vivido muy unida, pasó allí los últimos 30 años de su vida sin recibir visitas, sin contacto alguno con el exterior, sin que nadie atendiera sus súplicas. Nunca volvió a esculpir. Cuando murió se la enterró en una tumba sin nombre, bajo el número 392. Cuando más adelante sus admiradores quisieron exhumar su cadáver y proporcionarle un enterramiento más digno, comprobaron que el manicomio había efectuado obras de ampliación y la tumba había desaparecido.
Su obra está llena de sensibilidad y arrebato. Os ofrezco una muestra y, encabezando este comentario, el busto que le realizó a Rodin y una de las piezas de este último para las que le sirvió de modelo. Cierro esta entrada con una de las obras que más me gustan del escultor, un retrato de Camille que dejó inconcluso, cuyo título es El pensamiento.
Hola, sol pau, la verdad es que la obra escultórica de Rodin me parece impresionante, y esas cartas son preciosas, (beso tus manos...) pero, claro, luego la historia de Rose las vuelve un poco falsas y mentirosas. ¡Debussy! también, caramba con los artistas, resultan tan esclavizadores en el fondo como los burgueses prototípicos.
ResponderEliminarTe felicito por todo el conjunto que has puesto hoy, tan embriagador, sol pau.
Pd: volví a recaer hoy en versos en el blog. ¿Los mirarás un poco?
Super agradable la lectura... gracias! Un abrazo.
ResponderEliminarhermoso todo lo que publicas, con dedicación, delicadeza. muchas gracias Mariela
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